lunes, enero 05, 2009

APRENDER A VIVIR - ADOLF LOOS

El nuevo movimiento que ha contaminado, como si de fiebre se tratara, a todos los habitantes de esta ciudad, el de los barrios residenciales, exige hombres nuevos. Hombres que, como muy bien dice el gran horticultor Leberecht Migge, tengan temperamento moderno.
Resulta sencillo describir a las personas con temperamento moderno. No es necesario forzar la fantasía. Ya existen. Son los que viven, no en Austria, sino más hacia el Oeste. El temperamento que, actualmente, tienen los americanos, lo tendrán, por vez primera, nuestros descendientes.
En América, el ciudadano y el campesino no se hallan tan rigurosamente distanciados entre si como en nuestro país. Todo campesino es, a la vez, medio ciudadano y a la inversa. El hombre americano de la ciudad no se ha alejado tanto de la Naturaleza como su colega europeo o, mejor dicho, como su colega continental; porque el inglés también es un buen campesino.
Ambos, el inglés y el americano, consideran que vivir con otra gente bajo un mismo techo es una situación muy molesta. Toda persona, pobre o rica, aspira a tener su propio hogar, aunque éste sólo sea un cottage, una cabaña medio desmoronada con una cubierta de paja inclinada. En la ciudad se representan obras teatrales y se construyen casas de alquiler en las que cada vivienda consta de dos pisos puestos en comunicación mediante una escalera interior de madera. Es decir, cottages superpuestos.
Ya he llegado al primer punto del programa de mis argumentos. La persona que vive en casa propia debe vivir en dos pisos. Divide así su vida en dos partes completamente distintas: la vida de día y la de noche; en vivir y en dormir.
No hay que suponer incómoda la vida en una casa de dos pisos. No tendrán dormitorios que respondan a nuestro concepto usual. Son habitaciones demasiado pequeñas y poco confortables para ser conceptuadas como tales. El único mueble que habrá en ellas es la cama de hierro o metal esmaltada de blanco. Hasta la mesilla de noche se buscará inútilmente. Y tampoco habrá ar­cones. Lo mejor sería un armario empotrado que sustituya al otro tipo de armarios. Estos dormitorios sólo sirven, realmente, para dormir. Pueden arreglarse rápidamente. Aventajan en una cosa a nuestros dormitorios tradicionales: sólo tienen una puerta de entrada y, así, nunca pueden utilizarse como habitaciones de paso. Por la mañana, todos los miembros de la familia bajan, al mismo tiempo, a las habitaciones del piso inferior. Incluso cogen al bebé y éste, durante todo el día, permanecerá con su madre en el cuarto de estar.
Cada familia tendrá una mesa en torno a la cual se agruparán sus miembros para comer. Es decir, como entre los campesinos. En Viena, esto pueden hacerlo solamente un 20 % de sus habitantes. ¿Qué hace el 80 % restante? Pues, lo siguiente: Uno se sienta junto al fogón, otro sostiene una olla en la mano, tres están sentados a la mesa y los demás ocupan los antepechos de las ventanas.
Toda familia que tenga su propio hogar debe poseer una mesa que, como las de los campesinos, se halle en una esquina del cuarto de estar. Como entre los campesinos. ¡Esto dará lugar a una bonita revolución! Se oyen voces en pro y en contra. «¡Esto sí que no lo haremos! Esto lo he visto entre los campesinos de la Alta Austria. Allí todos se sientan a la mesa y comen de la misma fuente. ¡Ah, no!, no estamos acostumbrados a algo así. Comemos por separado.» Y un padre previsor opina: «Cómo, ¿todos en torno a la mesa? ¡Para que mis hijos se acostumbren a ir a comer al restaurante!»
Y cuando explico esto, la gente se ríe. Pero yo lloro en mi in­terior.
No vamos a pelearnos por una mesa. Pronto advertirá la gente que con un desayuno en el que participen todos los miembros de la familia se ahorrará dinero. El desayuno vienés —un trago de café, tomado de pie, junto al fogón y un trozo de pan que se engulle, en parte, por la escalera y, en parte, por la calle— exige que a las 10 se tome un gulasch, es decir, algo que pueda engañar al estómago, y, como lleva una buena dosis de pimienta roja, a continuación se bebe medio litro de cerveza. Esta comida, de la que los ingleses y americanos no conocen ni el nombre, se llama en nuestro país Gabelfruhstuck (desayuno con tenedor) claro, por­que en ella entra en acción el cuchillo. No se debe comer con el cuchillo, «pero, ¿con qué va a tomarse la salsa?»
Este segundo desayuno seguirá necesitándolo el padre de familia, siempre y cuando tenga que contentarse con un trago de café. Pero su mujer pronto advertirá que, por el dinero que gasta su marido puede preparar un desayuno americano opíparo, tanto que hasta el mediodía no hará ninguna falta volver a comer. En la familia americana el desayuno es la comida mejor. Todo se renueva gracias al sueño; después de toda la noche, la habitación está agradable, aireada y caliente. La mesa está llena de viandas. Primero, cada uno se come una manzana. Luego, la madre reparte el «Oatmeal», esa estupenda comida a la que América debe sus hombres enérgicos, su grandeza y prosperidad. Los vieneses pondrán la cara larga si les descubro que Oat quiere decir avena y que Meal es comida. Pero, en Lenz, prepararemos, al estilo americano, la papilla de avena para los excursionistas y confiaremos en que toda Viena se convierta en degustadora de avena. ¡Lo que nos llegan a servir los hermosos caballos alimentados con avena, de los que estamos tan orgullosos! Las personas de nuestro país también deberían tener la cabeza clara y rostros expresivos.
En América, la papilla de avena no falta en ninguna mesa, tanto si se trata de personas pobres o ricas, mendigos o millonarios. Todo lo demás, el pescado barato o las caras chuletas de ternera, depende de la situación económica. Naturalmente, hay té y pan, que —es curioso— se sirven también al mediodía y por la noche.
La comida del mediodía es muy sencilla. El padre no se halla en casa y la madre ha de pasarse toda la mañana ordenando la casa, pues no tiene servicio. Y esta falta ha traído como consecuencia que las comidas se preparen en el cuarto de estar. Pues el ama de casa debe pasar su tiempo en la sala de estar y no en la cocina.
Pero, una disposición semejante motiva una división del cocinar. Se compone de dos partes muy diferentes. Una de éstas es el trabajo que se realiza junto al fuego; es decir, junto al fogón. La otra parte es la constituida por la preparación de la comida y por la limpieza de los cacharros. La primera parte tiene lugar en el cuarto de estar que es donde se halla el fogón. Para ello es necesario que dicho fogón quede oculto, tanto como sea posible, a la mirada de los habitantes de la casa. ¡Todo lo que ha llegado a inventarse en América para resolver este problema! Hace poco vi en una revista una fotografía, mejor dicho, dos. En una de ellas podía verse un fogón colocado en un nicho en la pared; en la segunda se veía un escritorio. Se trataba del mismo nicho: según lo que se deseara utilizar se apretaba un botón e impulsado por corriente eléctrica daba la vuelta como en un tabernaculo. Pero una disposición semejante exige más de lo que la técnica puede producir. Exige personas a las que les asusta guisar. Todos nosotros, que sentimos cierto temor ante la idea de cocinar, cosa que los campesinos, los ingleses y los americanos no sienten, nos extrañamos de que, actualmente, haya en los hoteles comedores en los cuales se cocina ante el público. Durante la guerra, se llamaron Rostraum, después de ella volvieron a denominarse Grillroom. Sin embargo, el sencillo colono los llamará cocina-comedor o cuarto para cocinar, y será tan noble como un lord inglés o tan ordinario como un campesino austríaco.
Quien quiera establecerse en un barrio residencial debe cambiar de método. Hay que olvidar el modo de vivir en las casas de alquiler de la ciudad. Si se desea ir a vivir al campo, hay que aprender como se las arregla el campesino. Hay que aprender a vivir.

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ACERCA DE UN POBRE HOMBRE RICO - ADOLF LOOS

Quiero contaros algo acerca de un pobre hombre rico. Tenía dinero y propiedades, una mujer fiel que, al besarle en la frente, le quitaba todas las preocupaciones que traía consigo el negocio, y varios hijos. Por todo ello, cualquier trabajador podía envidiarle. Sus amigos le querían porque en todo lo que intervenía prosperaba, pero hoy en día la situación es completamente diferente. Le sucedió lo siguiente:
Un día le dije al protagonista de esta historia: "Tienes dinero y propiedades, una mujer fiel e hijos, cosas por las que cualquiera de tus trabajadores podría envidiarte. Sin embargo, ¿eres feliz? Mira, hay personas a las que les falta todo esto que tú posees. Pero sus preocupaciones desaparecen gracias a un gran mago, el arte. Y para ti, ¿qué es el arte? Ni siquiera conoces su nombre. Cualquier advenedizo puede entregar su tarjeta de visita y tu servidor le abrirá la puerta. Pero nunca has recibido al arte". "Ya sé que no ha entrado en casa, pero lo buscaré. Ha de mudarse a mi casa como un rey para vivir conmigo."
Era un hombre poderoso, lo que empezaba lo llevaba a cabo con energía. En sus negocios ya se estaba acostumbrado a esto. Y así, aquel mismo día fue a ver a un arquitecto y le dijo: «Tráigame arte a casa. Los gastos carecen de importancia». El arquitecto no dejó que se lo dijeran dos veces. Fue a la vivienda del hombre rico, tiró todos sus muebles e hizo que fuera allí un ejército de hombres para poner parquet, encalar, hacer trabajos de carpintería y albañilería, revocar; llamó a fontaneros, alfareros, tapiceros y pintores y escultores. Tendrían que ver ustedes cómo se introdujo y custodió el arte en casa del hombre rico.
Éste era más que feliz y en ese estado de ánimo deambulaba por las nuevas habitaciones. Dondequiera que mirase había arte, arte en todo y en cada cosa. Cogía arte cuando cogía el picaporte, se sentaba sobre arte cuando se dejaba caer sobre un sillón. Su cabeza tocaba arte cuando, cansado, la apoyaba sobre la almohada; su pie se hundía en arte cuando pisaba una alfombra. Con inmenso fervor se entregaba al arte. Desde que su plato fue un plato decorado volvió a cortar con firmeza su boeuf à l’oignon. Se le alababa, se le envidiaba. Las revistas de arte le enaltecían diciendo que era el primero de los mecenas. Sus habitaciones se copiaron y se pusieron como modelo.
Lo merecía. Cada habitación constituía una completa sinfonía de colores. Pared, muebles y telas se hallaban armonizadas del modo más refinado. Cada objeto ocupaba su lugar determinado y combinaba maravillosamente con los demás. El arquitecto no había olvidado nada en absoluto. Ceniceros, cubiertos, interruptores, todo lo había diseñado él. Pero no se trataba de las artes usuales de los arquitectos, no; en cada ornamento, en cada forma, en cada clavo, se hallaba expresada la personalidad de su propietario. (Un trabajo psicológico de cuya dificultad cualquiera podrá darse cuenta.)
Pero el arquitecto, humildemente, rechazaba toda honra. «No», decía, «estas habitaciones no son mías. Allí, en la esquina, hay una estatua de Charpentier. Así como no admitiría que alguien dijera que una habitación era obra suya si había usado en ella algunos de mis picaportes; no puedo presumir tampoco de que estas habitaciones sean de mi propiedad espiritual». Habló noble y consecuentemente. Cierto carpintero, que había revestido las habitaciones del rico con papel pintado de Walter Crane, y que quería atribuirse la paternidad de los muebles que en ella se encontraban porque los había creado y realizado, se avergonzó hasta lo más profundo de su negra alma cuando oyó esas palabras.
Volvamos, después de esta interrupción, a nuestro hombre rico. Ya he dicho antes lo feliz que éste era. Gran parte del tiempo lo dedicaba sólo al estudio de su vivienda. Porque tenía que aprendérsela; pronto se dio cuenta de ello. Había mucho que ver. Cada objeto tenía su sitio determinado. El arquitecto había realizado su labor con la mejor intención, pensando en todo. La menor cajita tenía un espacio concebido precisamente para ella.
La vivienda era cómoda, pero complicada. Por ello, el arquitecto vigiló el modo de vivir en ella de sus habitantes, durante las primeras semanas, con el fin de que no cayeran en ninguna falta. El hombre rico se esforzaba al máximo. Pero, sin embargo, ocurrió que, al coger un libro, estando ensimismado, lo dejó luego en el lugar correspondiente a las revistas. También podía suceder que la ceniza de su puro fuera a parar a un rehundido de la mesa, destinado a un candelabro. Si alguna vez alguien tomaba un objeto, más tarde había que pasarse horas tratando de averiguar el sitio correcto al que correspondía. Y a veces, el arquitecto tenía que desarrollar sus croquis para poder encontrar el sitio que se había destinado, por ejemplo, a una caja de cerillas.
En un lugar en que las artes aplicadas habían obtenido un triunfo semejante, la música aplicada no podía quedar atrás. Esta idea preocupaba al hombre rico de un modo absorbente. Presentó una solicitud a la compañía de tranvías, pidiendo que, en vez de tocar los timbres sin sentido, produjeran el tema de las campanas del Parsifal. No halló en la compañía comprensión alguna. Allí no se recibían con entusiasmo las ideas modernas. En cambio, se le permitió pavimentar la zona de delante de su casa, corriendo los gastos por su cuenta, de modo que cada vehículo que pasaba por allí estaba obligado a hacerlo al ritmo de la marcha de Radetzky. El sonido de los timbres eléctricos de la casa también se adaptó a motivos de Wagner y Beethoven. Y todos los críticos de arte más famosos alabaron enormemente al hombre que había abierto una trayectoria nueva: el arte en el artículo de consumo.
Puede imaginarse que todas estas «mejoras» hacían a nuestro protagonista aún más dichoso de lo que era.
Pero no se debe silenciar que optó por estar el menor tiempo posible en su casa. Es natural que haya que descansar de tanto arte. ¿Podría usted vivir en una galería de pinturas? ¿O escuchar durante meses enteros Tristán e Isolda? Pues, entonces, ¿quién podría censurarle porque se fuera a un café, a un restaurante, con amigos y conocidos, a reponer fuerzas? Él lo había imaginado de otro modo. Pero el arte exige sacrificios. Ya había hecho muchos por él. Sus ojos se humedecieron. Pensaba en aquellos objetos viejos que había querido y a los que, a veces, echaba de menos. ¡El gran sillón! Su padre siempre había hecho la siesta en él. ¡El viejo reloj! ¡Y los cuadros! Pero ¡el arte lo exige! ¡No hay que ablandarse!
En cierta ocasión, celebró su cumpleaños. Su mujer y sus hijos le hicieron costosos regalos. Le agradaron sobremanera y le proporcionaron gran alegría. Pronto llegó el arquitecto para tomar decisiones en cuestiones difíciles. Entró en la habitación. Satisfecho, le salió al encuentro el dueño de la casa, que se sentía emocionado. Pero el arquitecto no vio la alegría del dueño de la casa. Había descubierto algo y palideció. «Pero, ¿qué zapatillas lleva usted?», preguntó como costándole un esfuerzo.
El dueño de la casa miró sus zapatillas bordadas. Luego respiró aliviado. Esta vez no tenía culpa en absoluto. Las zapatillas habían sido realizadas según el proyecto original del arquitecto. Por ello, contestó con aire de superioridad:
"¡Pero, señor arquitecto! ¿Ha olvidado que usted diseñó estas zapatillas?"
«Cierto», bramó el arquitecto, «¡pero para el dormitorio! En esta habitación destroza usted con estas dos manchas de color toda la armonía que en ella existe. ¿No se da cuenta?» El dueño de la casa lo reconoció. Rápidamente se quitó las zapatillas y casi se murió de alegría porque el arquitecto no encontró inaceptables los calcetines que llevaba. Se dirigieron al dormitorio para que el hombre rico pudiera ponerse los zapatos. «Ayer», empezó a decir tímidamente, «celebré mi cumpleaños. Mi familia me colmó de regalos. Le he mandado llamar, querido arquitecto, para que nos aconseje la mejor manera de distribuir las cosas que me han regalado».
El rostro del arquitecto se alargó visiblemente. Luego, prorrumpío:
«¿Cómo se le ha ocurrido permitir que le regalen cosas? ¿Acaso no he proyectado ya para usted todo lo necesario? ¡No necesita nada más! ¡Está usted completo!»
«Pero», se permitió replicar el dueño de la casa, «alguna vez podré comprarme algo, ¿no?»
«¡No, no puede hacerlo! ¡Jamás! Esto es lo único que faltaba, ¿cosas que no las haya diseñado yo? ¿No he hecho bastante permitiéndole el Charpentier? ¡La estatua que me roba toda la fama que merece mi obra! ¡No, no puede usted comprar nada más!»
«¿Y si mi nieto me regala uno de sus deberes del jardín de infancia?»
«¡No puede aceptarlo!»
El dueño de la casa estaba anonadado. Sin embargo, no se daba por perdido. De pronto se le ocurrió una idea, ¡si, una idea!
«¿Y si quisiera comprarme un cuadro de la Secession?», preguntó triunfante.
«Intente, intente colgarlo en algún sitio. ¿No ve que no sobra espacio para nada más? ¿No ve que, para cada cuadro que colgué en su casa, compuse también un marco en la pared? Con otro cuadro no podría ni moverse. Pruebe a poner otro, ande.»
Entonces, se produjo una transformación en el hombre rico. De feliz pasó a ser profundamente desgraciado. Veía su vida futura. Nadie podría proporcionarle alegría. Tendría que pasar ante las tiendas de la ciudad sin ningún deseo. No se crearía nada más para él. Ninguno de sus seres queridos le podía regalar su fotografía. Para él no habría ya pintores, ni artistas, ni artesanos. Se hallaba excluido de la vida futura y del aspirar a algo, del ser y del anhelar. Sentía: ahora hay que aprender a circular con su propio cadáver. ¡Si! ¡Está acabado! ¡Está completo!

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ORNAMENTO Y DELITO- ADOLFO LOOS

El embrión humano pasa, en el claustro materno, por todas las fases evolutivas del reino animal. Cuando nace un ser humano, sus impresiones sensoriales son iguales a las de un perro recién nacido. Su infancia pasa por todas las transformaciones que corresponden a aquellas por las que pasó la historia del género humano. A los dos años, lo ve todo como si fuera un papúa. A los cuatro, como un germano. A los seis, como Sócrates y a los ocho como Voltaire. Cuando tiene ocho años, percibe el violeta, color que fue descubierto en el siglo XVIII, pues antes el violeta era azul y el púrpura era rojo. El físico señala que hay otros colores, en el espectro solar, que ya tienen nombres, pero el comprenderlo se reserva al hombre del futuro.
El niño es amoral. El papúa también lo es para nosotros. El papúa despedaza a sus enemigos y los devora. No es un delincuente, pero cuando el hombre moderno despedaza y devora a alguien entonces es un delincuente o un degenerado. El papúa se hace tatuajes en la piel, en el bote que emplea, en los remos, en fin, en todo lo que tiene a su alcance. No es un delincuente. El hombre moderno que se tatúa es un delincuente o un degenerado. Hay cárceles donde un 80 % de los detenidos presentan tatuajes. Los tatuados que no están detenidos son criminales latentes o aristócratas degenerados. Si un tatuado muere en libertad, esto quiere decir que ha muerto unos años antes de cometer un asesinato.
El impulso de ornamentarse el rostro y cuanto se halle alcance es el primer origen de las artes plásticas. Es el primer balbuceo de la pintura. Todo arte es erótico.
El primer ornamento que surgió, la cruz, es de origen erótico. La primera obra de arte, la primera actividad artística que el artista pintarrajeó en la pared, fue para despojarse de sus excesos. Una raya horizontal: la mujer yacente. Una raya vertical: el hombre que la penetra. El que creó esta imagen sintió el mismo impulso que Beethoven, estuvo en el mismo cielo en el que Beethoven creó la Novena Sinfonía.
Pero el hombre de nuestro tiempo que, a causa de un impulso interior, pintarrajea las paredes con símbolos eróticos, es un delincuente o un degenerado. Obvio es decir que en los retretes es donde este impulso invade del modo más impetuoso a las personas con tales manifestaciones de degeneración. Se puede medir el grado de civilización de un país atendiendo a la cantidad de garabatos que aparezcan en las paredes de sus retretes.
En el niño, garabatear es un fenómeno natural; su primera ma­nifestación artística es llenar las paredes con símbolos eróticos. Pero lo que es natural en el papúa y en el niño resulta en el hombre moderno un fenómeno de degeneración. Descubrí lo siguiente y lo comuniqué al mundo: La evolución cultural equivale a la eliminación del ornamento del objeto usual. Creí con ello proporcionar a la humanidad algo nuevo con lo que alegrarse, pero la humanidad no me lo ha agradecido. Se pusieron tristes y su ánimo decayó. Lo que les preocupaba era saber que no se podía producir un ornamento nuevo. ¿Cómo, lo que cada negro sabe, lo que todos los pueblos y épocas anteriores a nosotros han sabido, no sería posible para nosotros, hombres del siglo XIX? Lo que el género humano había creado miles de años atrás sin ornamentos fue despreciado y se destruyó.
No poseemos bancos de carpintería de la época carolingia, pero el menor objeto carente de valor que estuviera ornamentado se conservó, se limpió cuidadosamente y se edificaron pomposos palacios para albergarlo. Los hombres pasean entristecidos ante las vitrinas, avergonzándose de su actual impotencia. Cada época tiene su estilo, ¿carecerá la nuestra de uno que le sea propio? Con estilo, se quería significar ornamento. Por tanto, dije: ¡No lloréis! Lo que constituye la grandeza de nuestra época es que es incapaz de realizar un ornamento nuevo. Hemos vencido al ornamento. Nos hemos dominado hasta el punto de que ya no hay ornamentos. Ved, está cercano el tiempo, la meta nos espera. Dentro de poco las calles de las ciudades brillarán como muros blancos. Como Sión, la ciudad santa, la capital del cielo. Entonces lo habremos conseguido.
Pero existen los malos espíritus incapaces de tolerarlo. A su juicio, la humanidad debería seguir jadeando en la esclavitud del ornamento. Los hombres estaban lo bastante adelantados como para que el ornamento no les deleitara, como para que un rostro tatuado no aumentara la sensación estética, cual en los papúas, sino que la disminuyera. Lo bastante adelantados como para alegrarse por una pitillera no ornamentada y comprarse aquélla pudiendo, por el mismo precio, conseguir otra con adornos. Eran felices con sus vestidos y estaban contentos de no tener que ir de feria en feria como los monos llevando pantalones de terciopelo con tiras doradas. Y dije: Fijaros: la habitación en que murió Goethe es más fantástica que toda pompa renacentista y un mueble liso es más bonito que todas las piezas de museo incrustadas y esculpidas. El lenguaje de Goethe es mucho más bonito que todos los ornamentos de los pastores del Pegnitz.
Los malos espíritus lo oyeron con desagrado, y el Estado, cuya misión es retrasar a los pueblos en su evolución cultural, consideró como suya la cuestión de la evolución y reanudación del ornamento. ¡Pobre del Estado, cuyas revoluciones las dirijan los consejeros! Pronto pudo verse en el Museo de Artes Decorativas de Viena un bufet con el nombre La rica pesca; hubo armarios que se llamaron La princesa encantada o algo por el estilo, cosa que se refería a los ornamentos con que estaban decorados esos desgraciados muebles. El estado austríaco se tomó tan en serio su trabajo que se preocupó de que las polainas de paño no desapareciesen de las fronteras de la monarquía austro-húngara. Obligó a todo hombre culto que tuviera veinte años a llevar durante tres años polainas en lugar de calzado eficiente. Ya que todo Estado parte de la suposición de que un pueblo que esté en baja forma es más fácil de gobernar.
Bien, la epidemia ornamental está reconocida estatalmente y se subvenciona con dinero del Estado. Sin embargo, veo en ello un retroceso. No puedo admitir la objeción de que el ornamento aumenta la alegría de vivir de un hombre culto, no puedo admitir tampoco la que se disfraza con estas palabras: «¡Pero cuándo el ornamento es bonito...! » A mí y a todos los hombres cultos, el ornamento no nos aumenta la alegría de vivir. Si quiero comer un trozo de alujú escojo uno que sea completamente liso y no uno que esté recargado de ornamentos, que represente un corazón, un niño en mantillas o un jinete. El hombre del siglo xv no me entendería; pero sí podrían hacerlo todos los hombres modernos. El defensor del ornamento cree que mi impulso hacia la sencillez equivale a una mortificación. ¡ No, estimado señor profesor de la Escuela de Artes Decorativas, no me mortifico! Lo prefiero así. Los platos de siglos pasados, que presentan ornamentos con objeto de hacer aparecer más apetitosos los pavos, faisanes y langostas a mí me producen el efecto contrario. Voy con repugnancia a una exposición de arte culinario, sobre todo si pienso­ que tendría que comer estos cadáveres de animales rellenos. roastbeef.
El enorme daño y las devastaciones que ocasiona el redespertar del ornamento en la evolución estética, podrían olvidarse con facilidad ya que nadie, ni siquiera ninguna fuerza estatal puede detener la evolución de la humanidad. Sólo es posible retrasaría. Podemos esperar. Pero es un delito respecto a la economía del pueblo el que, a través de ello, se pierda el trabajo, el dinero y el material humanos. El tiempo no puede compensar estos daños.
El ritmo de la evolución cultural sufre a causa de los rezagados. Yo quizá vivo en 1908; mi vecino, sin embargo, hacia 1900; y el de más allá, en 1880. Es una desgracia para un Estado el que la cultura de sus habitantes abarque un período de tiempo tan amplio. El campesino de regiones apartadas vive en el siglo XIX. Y en la procesión de la fiesta de jubileo tomaron parte gentes, que ya en la época de las grandes migraciones de los pueblos se hubieran encontrado retrasadas. Feliz el país que no tenga este tipo de rezagados y merodeadores. ¡Feliz América! Entre nosotros mismos hay en las ciudades hombres que no son nada modernos, rezagados del siglo XVIII que se horrorizan ante un cuadro con sombras violetas, porque aún no saben ver el violeta. Les gusta el faisán si el cocinero se ha pasado todo un día para prepararlo y la pitillera con ornamentos renacentistas les gusta mucho más que la lisa. ¿Y qué pasa en el campo? Los vestidos y aderezos son de siglos anteriores. El campesino no es cristiano, todavía es pagano.
Los rezagados retrasan la evolución cultural de los pueblos y de la humanidad, ya que el ornamento no está engendrado sólo por delincuentes, sino que comete un delito en tanto que perjudica enormemente a los hombres atentando a la salud, al patrimonio nacional y por eso a la evolución cultural. Cuando dos hombres viven cerca y tienen unas mismas exigencias, las mismas pretensiones y los mismos ingresos, pero no obstante pertenecen a distintas civilizaciones, se puede observar lo siguiente, desde el punto de vista económico de un pueblo: el hombre del siglo xx será cada vez más rico, el del siglo xviii cada vez más pobre. Supongamos que los dos viven según sus inclinaciones. El hombre del siglo xx puede cubrir sus exigencias con un capital mucho más pequeño y por ello puede ahorrar. La verdura que le gusta está simplemente hervida en agua y condimentada con mantequilla. Al otro hombre le gusta más cuando se le añade miel y nueces y cuando sabe que otra persona ha pasado horas para cocinaría. Los platos ornamentados son muy caros, mientras que la vajilla blanca que le gusta al hombre es barata. Éste ahorra mientras que el otro se endeuda. Así ocurre con naciones enteras. ¡Pobre del pueblo que se quede rezagado en la evolución cultural! Los ingleses serán cada vez mas ricos y nosotros cada vez más pobres...
Sin embargo, es mucho mayor el daño que padece el pueblo productor a causa del ornamento, ya que el ornamento no es un producto natural de nuestra civilización, es decir, que representa un retroceso o una degeneración; el trabajo del ornamentista ya no se paga como es debido.
Es conocida la situación en los oficios de talla y adorno, los sueldos criminalmente bajos que se pagan a las bordadoras y encajeras. El ornamentista ha de trabajar veinte horas para lograr los mismos ingresos de un obrero moderno que trabaje ocho horas. El ornamento encarece, por regla general, el objeto; sin embargo, se da la paradoja de que una pieza ornamentada con igual coste material que el de un objeto liso, y que necesita el triple de horas de trabajo para su realización, cuando se vende, se paga por el ornamentado la mitad que por el otro. La carencia de ornamento tiene como consecuencia una reducción de las horas de trabajo y un aumento de sueldo. El tallista chino trabaja dieciséis horas, el americano sólo ocho. Si por una caja lisa se paga lo mismo que por otra ornamentada, la diferencia, en cuanto a horas de trabajo, beneficia al obrero. Si no hubiera ningún tipo de ornamento —situación que a lo mejor se dará dentro de miles de años— el hombre, en vez de tener que trabajar ocho horas, podría trabajar sólo cuatro, ya que la mitad del trabajo se va, aún hoy en día, en realizar ornamentos.
Ornamento es fuerza de trabajo desperdiciada y por ello salud desperdiciada. Así fue siempre. Hoy significa, además, material desperdiciado y ambas cosas significan capital desperdiciado.
Como el ornamento ya no pertenece a nuestra civilización desde el punto de vista orgánico, tampoco es ya expresión de ella. El ornamento que se crea en el presente ya no tiene ninguna relación con nosotros ni con nada humano; es decir, no tiene relación alguna con la actual ordenación del mundo. No es capaz de evolucionar. ¿Qué ha sucedido con la ornamentación de Otto Eckmann, con la de Van de Velde? Siempre estuvo el artista sano y vigoroso en las cumbres de la humanidad. El ornamentista moderno es un retrasado o una aparición patológica. Reniega de sus productos una vez transcurridos tres años. Las personas cultas los consideran insoportables de inmediato; los otros, sólo se dan cuenta de esto al cabo de años. ¿Dónde se hallan hoy las obras de Otto Eckmann? ¿Dónde estarán las obras de Olbrich dentro de diez años? El ornamento moderno no tiene padres ni descendientes, no tiene pasado ni futuro. Sólo es saludado con alegria por personas incultas, para quienes la grandeza de nuestra época es un libro con siete sellos, y, al cabo de un tiempo, reniegan de él.
En la actualidad, la humanidad es más sana que antes; sólo están enfermos unos pocos. Estos pocos, sin embargo, tiranizan al obrero, que está tan sano que no puede inventar ornamento alguno. Le obligan a realizar, en diversos materiales, los orna­mentos inventados por ellos.
El cambio del ornamento trae como consecuencia una pronta desvaloración del producto del trabajo. El tiempo del trabajador, el material empleado, son capitales que se derrochan. He enunciado la siguiente idea: La forma de un objeto debe ser tolerable el tiempo que dure físicamente. Trataré de explicarlo: Un traje cambiará muchas más veces su forma que una valiosa piel. El traje de baile creado para una sola noche, cambiará de forma mucho más deprisa que un escritorio. Qué malo seria, sin embargo, si tuviera que cambiarse el escritorio tan rápidamente como un traje de baile por el hecho de que a alguien le pareciera su forma insoportable; entonces se perdería el dinero gastado en ese escritorio.
Esto lo sabe bien el ornamentista y los ornamentistas austríacos intentan resolver este problema. Dicen: «Preferimos al consumidor que tiene un mobiliario que, pasados diez años, le resulta inaguantable, y que, por ello, se ve obligado a adquirir muebles nuevos cada década, al que se compra objetos sólo cuando ha de substituir los gastados. La industria lo requiere. Millones de hombres tienen trabajo gracias al cambio rápido». Parece que éste es el misterio de la economía nacional austríaca; cuantas veces, al producirse un incendio, se oyen las palabras: «¡Gracias a Dios, ahora la gente ya tendrá algo que hacer!» Propongo un buen sistema: Se incendia una ciudad, se incendia un imperio, y entonces todo nada en bienestar y en la abundancia. Que se fabriquen muebles que, al cabo de tres años, puedan quemarse; que se hagan guarniciones que puedan ser fundidas al cabo de cuatro años, ya que en las subastas no se logra ni la décima parte de lo que costó la mano de obra y el material, y así nos haremos ricos y más ricos.
La pérdida no sólo afecta a los consumidores, sino, sobre todo, a los productores. Hoy en día, el ornamento, en aquellas cosas que gracias a la evolución pueden privarse de él, significa fuerza de trabajo desperdiciada y material profanado. Si todos los objetos pudieran durar tanto desde el ángulo estético como desde el físico, el consumidor podría pagar un precio que posibilitara que el trabajador ganara más dinero y tuviera que trabajar menos. Por un objeto del cual esté seguro que voy a utilizar y obtener el máximo rendimiento pago con gusto cuatro veces más que por otro que tenga menos valor a causa de su forma o material. Por mis botas pago gustoso 40 coronas, a pesar de que en otra tienda encontraría botas por 10 coronas. Pero, en aquellos oficios que languidecen bajo la tiranía de los ornamentistas, no se valora el trabajo bueno o malo. El trabajo sufre a causa de que nadie está dispuesto a pagar su verdadero valor.
Y esto no deja de estar bien así, ya que tales objetos ornamentados sólo resultan tolerables en su ejecución más mísera.
Puedo soportar un incendio más fácilmente si oigo decir que sólo se han quemado cosas sin valor. Puedo alegrarme de las absurdas y ridículas decoraciones montadas con motivo del baile de disfraces de los artistas, porque sé que lo han montado en pocos días y que lo derribarán en un momento. Pero tirar monedas de oro en vez de guijarros, encender un cigarrillo con un billete de banco, pulverizar y beberse una perla es algo antiestético.
Verdaderamente los objetos ornamentados producen un efecto antiestético, sobre todo cuando se realizaron en el mejor material y con el máximo cuidado, requiriendo mucho tiempo de trabajo. Yo no puedo dejar de exigir ante todo trabajo de calidad, pero desde luego no para cosas de este tipo.
El hombre moderno, que considera sagrado el ornamento, como signo de superioridad artística de las épocas pasadas, reconocerá de inmediato, en los ornamentos modernos, lo torturado, lo penoso y lo enfermizo de los mismos. Alguien que viva en nuestro nivel cultural no puede crear ningún ornamento.
Ocurre de distinta manera con los hombres y pueblos que no han alcanzado este grado.
Predico para el aristócrata. Me refiero al hombre que se halla en la cima de la humanidad y que, sin embargo, comprende profundamente los ruegos y exigencias del inferior. Comprende muy bien al cafre, que entreteje ornamentos en la tela según un ritmo determinado, que sólo se descubre al deshacerla; al persa que anuda sus alfombras; a la campesina eslovaca que borda su encaje; a la anciana señora que realiza objetos maravillosos en cuentas de cristal y seda. El aristócrata les deja hacer, sabe que, para ellos, las horas de trabajo son sagradas.
El revolucionario diría: «Todo esto carece de sentido». Lo mismo que apartaría a una ancianita de la vecindad de una imagen sagrada y le diría: «No hay Dios». Sin embargo, el ateo —entre los aristócratas— al pasar por delante de una iglesia se quita el sombrero.
Mis zapatos están llenos de ornamentos por todas partes, constituidos por pintas y agujeros, trabajo que ha ejecutado el zapatero y no le ha sido pagado. Voy al zapatero y le digo: «Usted pide por un par de zapatos 30 coronas. Yo le pagaré 40». Con esto he elevado el estado anímico de este hombre, cosa que me agradecerá con trabajo y material, que, en cuanto a calidad, no están en modo alguno relacionados con la sobreabundancia. Es feliz. Raras veces llega la felicidad a su casa. Ante él hay un hombre que le entiende, que aprecia su trabajo y no duda de su honradez. En sueños ya ve los zapatos terminados delante suyo. Sabe dónde puede encontrar la mejor piel, sabe a qué trabajador debe confiar los zapatos y éstos tendrán tantas pintas y agujeros como los que sólo aparecen en los zapatos más elegantes. Entonces le digo: «Pero impongo una condición. Los zapatos tienen que ser enteramente lisos». Ahora es cuando le he lanzado desde las al­turas más espirituales al Tártaro. Tendrá menos trabajo, pero le he arrebatado toda la alegría.
Predico para los aristócratas. Soporto los ornamentos en mi propio cuerpo si éstos constituyen la felicidad de mi prójimo. En este caso también llegan a ser, para mí, motivo de contento. Soporto los ornamentos del cafre, del persa, de la campesina eslovaca, los de mi zapatero, ya que todos ellos no tienen otro medio para alcanzar el punto culminante de su existencia. Tenemos el arte que ha borrado el ornamento. Después del trabajo del día vamos al encuentro de Beethoven o de Tristán. Esto no lo puede hacer mi zapatero. No puedo arrebatarle su alegría, ya que no tengo nada que ofrecerle a cambio. El que, en cambio, va a escuchar la Novena Sinfonía y luego se sienta a dibujar una muestra de tapete es un hipócrita o un degenerado.
La carencia de ornamento ha conducido a las demás artes a una altura imprevista. Las sinfonías de Beethoven no hubieran sido escritas nunca por un hombre que fuera vestido de seda, terciopelos y encajes. El que hoy en día lleva una americana de terciopelo no es un artista, sino un payaso o un pintor de brocha gorda. Nos hemos vuelto más refinados, más sutiles. Los greganos se tenían que diferenciar por colores distintos, el hombre moderno necesita su vestido impersonal como máscara. Su individualidad es tan monstruosamente vigorosa que ya no la puede expresar en prendas de vestir. La falta de ornamentos es un signo de fuerza espiritual. El hombre moderno utiliza los ornamentos de civilizaciones anteriores y extrañas a su antojo. Su propia invención la concentra en otros objetos.
* * *
Dirigida a los chistosos con motivo de haberse reído del artículo Ornamento y delito (1910):
Queridos chistosos:
Y yo os digo que llegará el tiempo en que la decoración de una celda hecha por el tapicero de palacio Schulze o por el catedrático Van de Velde servirá como agravante de castigo.

http://legislaciones.iespana.es/manifiestos.htm

domingo, enero 04, 2009

ERNEST MAY: CINCO AÑOS DE ACTIVIDAD CONSTRUCTIVA DE BARRIOS EN FRANCFORT (1930).

"Urbanística. La forma de la expansión de la ciudad. La forma de la ciudad.

La decisión más importante respecto a la mayor o menor validez de la construcción residencial de una gran ciudad se expresa en la determinación de la forma de la ciudad, o bien, dado que en la actualidad se trata sobre todo de la ampliación de las ciudades existentes, en la definición de los sistemas de expansión. A pesar de que es conocida de todos la miseria provocada por la concentración de masas humanas en la gran ciudad del pasado, cerrada y desarrollada concéntricamente, raramente se sacan las consecuencias necesarias de ello. Toma siempre la delantera la mentalidad económica del viejo estilo, que se refería a las cifras desnudas, sin tener en cuenta los elementos mucho más importantes, aunque más difíciles de definir, relacionados a la explotación del terreno y al amontonamiento de personas sobre la base de "consideraciones de tipo económico", que comportaban un empeoramiento de la salud pública. Nosotros reconocemos como economicidad solamente la que se fundamente sobre el principio del mantenimiento de la salud de los hombres: la economicidad social. Esta exige con urgencia el restablecimiento de condiciones de vida naturales para los hombres, que viven en las metrópolis, mediante una construcción racional extensiva de la ciudad y mediante la creación de amplias áreas verdes en las zonas centrales. La revolución de los sistemas de transporte permite alejar los límites del municipio, realizando de hecho una extensión relativa. Ya no es necesario desarrollar los barrios de un modo concéntrico entorno al centro urbano. Hoy día, tras haber ampliado los centros urbanos cerrados en sus confines naturales, podemos construir en el campo libre circundante conjuntos residenciales autónomos. Sin embargo, los actuales límites administrativos municipales impiden la realización de esta idea en la medida en que sería deseable. En el curso de las próximas décadas debemos limitarnos a promover un desarrollo sistemático, orgánico, de los suburbios. Estos estarán dotados de todas aquellas instalaciones de las que los habitantes puedan tener necesidad en su vida cotidiana. En primer lugar, se intentará reagrupar los puestos de trabajo relativos a estas instalaciones satélites, las industrias de dimensiones pequeñas o medias reunidas en grandes complejos industriales, con objeto de alcanzar gradualmente las condiciones ideales, es decir, la del recorrido más breve posible entre la residencia y el trabajo, como sucede en las ciudades pequeñas. Allí donde existen ya complejos industriales de mayor entidad, por cuanto respecta a Francort, sobre todo en lo que afecta a las partes oriental y occidental de la ciudad a lo largo del Main, podemos construir estas ciudades satélites con exclusiva función residencial. Así puede obtenerse del modo más natural y económico un aligeramiento del tráfico en el centro urbano, que todavía hoy día está demasiado congestionado. Si desarrollamos, pues, enlaces oportunos con líneas de autobús, tranvía y ferrocarril entre estos centros satélites y el centro urbano, en caso de que se nos proponga crear infraestructuras primarias, como institutos superiores, la Universidad, los hospitales, los grandes almacenes, teatros, etc. Las áreas libres entre las diversas zonas de ampliación estarán destinadas a zonas de trabajo o para el tiempo libre... Una distribución unitaria y un sistema ordenado de verde conferirán a estas estructuras un carácter de orden, de fusión orgánica de la ciudad en su conjunto. Por lo demás las áreas verdes hospedarán campos de deporte y de juego, piscinas y zonas de reposo.
Desde hace algún tiempo hemos logrado liberar nuestras escuelas, situadas hasta ahora en calles con gran tráfico, en medio de la suciedad y el ruido de la vida de la ciudad, del sistema constructivo cerrado e insertarlas en los espacios verdes de la ciudad como escuelas dispuestas libremente sobre el terreno. En el aire puro y rodeados de un paisaje más bello se podrán crear así centros educativos ideales. Un resultado fundamental de la extensión en sentido horizontal de las metrópolis, tal como nosotros lo deseamos, es la posibilidad de crear barrios residenciales en condiciones higiénicas ideales, vinculadas directamente con los jardines y las áreas libres. En diversas partes de la ciudad han sido creadas Siedlungen (barrios residenciales) en posición salubre, conforme a este principio...

Política del suelo.—Premisa para la realización de una política urbanística llevada de un modo sistemático es una política racional del suelo. Los costes del terreno en Francfort son extraordinariamente altos y constituyen, pues, un obstáculo serio para la realización de una construcción residencial sana a bajo coste... Aun cuando la expropiación pueda representar siempre una intromisión en la propiedad libre, no hay, sin embargo, duda alguna de que una metrópoli moderna, que desee llevar a cabo una política urbanística sistemática, no podrá alcanzar nunca sus objetivos sin recurrir al derecho de expropiación; por lo demás, recurriendo a la expropiación, se han construido los ferrocarriles y otras instalaciones.

División del suelo.—En cualquier parte donde se edifique en nuevos terrenos, el desarrollo estará marcado por un progreso hacia el objetivo de garantizar a todos los locales de morada condiciones igualmente favorables respecto a la ventilación, iluminación, participación en las áreas libres y a la posición favorable en relación a la posibilidad de comunicación. Para alcanzar este objetivo se seguirán métodos de urbanización como el seguido en la realización del Siediung Riederwaid.
El estadio de desarrollo sucesivo presenta un sistema de casas en hilera dispuestas en doble fila; un trazado, por tanto, de calles que tiende a repartir el terreno edificable en manzanas de forma rectangular oblonga con orientación norte-sur o nordeste-suroeste, de tal manera que se construyan solamente los dos lados a lo largo de la manzana.
Sin duda, la construcción de casas en hilera de doble fila representa un progreso tal en confrontación con los métodos constructivos aplicados precedentemente para las manzanas, que este desarrollo equivale a una revolución verdadera y propia en la cuestión de la división del suelo urbano. Sin embargo, esto no puede representar un objetivo definido. El sistema de la construcción en hilera en doble fila obliga a una distribución diversa del alojamiento en dos hileras de edificios contrapuestas entre ellas. Si se decide enlazar directamente el local de estancia principal con el jardín, se sigue automáticamente que el local de estancia principal tendrá que estar orientado hacia el Este, y el de la otra vivienda hacia el Oeste. Otros ejemplos pueden demostrar que el tipo de vivienda es completamente diverso en las dos filas de casas. Una equivalencia absoluta puede conseguirse sólo si se adopta el sistema de construcción de una sola hilera de casas (sistema definido a menudo hasta ahora, y de un modo impropio, como "edificios en línea"), un método donde se prevé una sola fila de edificios dispuestos a lo largo de las calles del barrio...

¿Casas altas o bajas?—Independientemente de la cuestión, casas colectivas o casas individuales, es preciso definir el problema de la forma de las construcciones, es decir, decidir si las viviendas deben ordenarse horizontal o verticalmente. La disposición horizontal comporta la creación de casas en hilera unifamiliares; la vertical, la de edificios de más pisos. La forma residencial ideal, en cuanto es la más natural, es la casa baja unifamiliar. Esta garantiza a la familia la paz doméstica y una vida íntima, lo que en una época fuertemente colectivista tiene una importancia particular. Sólo este tipo de edificio permite enlazar directamente todas las habitaciones con e! jardín, aunque sea pequeño. Y esto significa que el espacio habitable de la casa viene ampliado y completado por el espacio habitable del jardín. La vivienda en la casa de pisos no podrá sustituir nunca para la familia y, sobre todo, para los niños, las condiciones sanas de vida ofrecidas por la casa unifamiliar. Por estas razones, la política constructiva de Francfort favorece conscientemente el sistema de las casas unifamiliares. Un desarrollo futuro de la urbanística, que no comporta solamente una descentralización de los sectores, conducirá a un desarrollo de esta forma residencial que hoy nos parece aún utópica. Actualmente, la situación, que como en otras grandes ciudades es tal que la construcción de casas unifamiliares resulta más costosa que la de las viviendas en casas plurifamiliares, y la falta de medios hace que sea promocionada la construcción de casas plurifamiliares, sobre todo cuando se trata de procurar alojamiento a los estratos menos favorecidos de la población. Afortunadamente, existen también formas intermedias que, aun manteniendo la construcción bajo la forma de casas para dos o cuatro familias, consienten la creación de viviendas económicas. Gran parte de la Siediung Westhausen se ha realizado en casas para dos familias.
También para la Siediung Goldstein, en conformidad al carácter de la ciudad jardín que posee, se ha preferido tomar en consideración las construcciones de casas bajas...

Tipos de Francfort.—No es posible satisfacer la necesidad de vivienda de las amplias masas de población con uno o dos tipos de edificios; hay que tener en cuenta la estratificación profesional, el número de los niños y otros elementos y crear, pues, una serie de tipos.
La serie de tipos que pueden adaptarse a Francfort está basada sobre los siguientes tipos similares:
1. La distribución de los locales es tal que los procesos relativos a la economía doméstica se desarrollan con el mínimo desgaste de fuerza, ya que se evitan todos los recorridos inútiles y las partes más importantes están entrelazadas de la manera más perfecta posible.
2. Desde el momento en que el hombre no es solamente una máquina que piensa, la vivienda debe estar dispuesta para que sea también confortable. Esto no dependerá tan sólo de la forma de los locales singulares y de su disposición respectiva, sino en gran parte de la penetración de la luz y del sol en la vivienda.
3. Las plantas de todas las casas plurifamiliares están orientadas de tal modo que posiblemente todos los dormitorios reciban el sol de la mañana y los cuartos de estar reciban el sol de la tarde.
4. Las dimensiones conferidas a los locales de la sala de estar principal de la familia subrayan la importancia respecto a otras habitaciones. Se excluye que a esta estancia de estar se le puedan atribuir también funciones relativas a la preparación de la comida, es decir, de la cocina. La preparación de la comida tiene lugar en una pequeña cocina separada, unida a la sala de estar de tal modo que permita el recorrido más breve de la cocina a la mesa de comer.
5. La misma cocina contiene instalaciones previstas en fase de construcción, que permiten el disfrute racional del espacio limitado puesto a disposición. La disposición de cada parte se realiza teniendo como base una racionalización del uso de la cocina. El proyecto ha sido realizado por un arquitecto que ha recurrido al consejo de algunas amas de casa.
6. Hay que evitar, mediante la creación de un número suficiente de habitaciones, que los padres tengan un mismo dormitorio con los hijos ya grandes. La división entre niños y niñas, incluso en los períodos de mayor crisis de vivienda, debe permanecer el principio más importante de una política residencial sana. Para las jóvenes parejas y para los ancianos, cuyos hijos han abandonado ya la casa familiar, son suficientes habitaciones compuestas de dos cuartos con cocina y servicio. Pueden preverse también viviendas de un solo local suficientemente espacioso.
7. La vivienda con tres cuartos es la vivienda media para la masa de los menos favorecidos. Pueden hacerse perfectamente en un espacio de 44 metros cuadrados (tipo Mesadolei B 5.44). Este tipo prevé habitaciones separadas para los padres y los hijos. Para las familias con más de dos hijos grandes de distinto sexo la estancia de estar ofrece la posibilidad de disponer de un sofá-cama. Aunque sea deseable, la vivienda de cuatro habitaciones, que aparte de la sala de estar comprende tres dormitorios para los padres y para los hijos de distinto sexo, seguirá siendo imposible todavía y por mucho tiempo de ser realizado en dondequiera por nosotros este programa ideal. Para familias con muchos hijos se deberán crear tipos de viviendas particulares, que prevén en un espacio limitado un número relativamente grande de dormitorios separados. En general, las familias con muchos niños deberían permanecer en la planta baja, ya que los jardines constituyen una ampliación de espacio de la sala de estar.
8. Ninguna vivienda debería estar desprovista del WC propio. Y debería existir en la vivienda más pequeña por lo menos una bañera y una ducha. El baño tendría que situarse entre los dormitorios y ser accesible desde éstos a través de desempeño

Standardización en Francfort.—El esfuerzo por alcanzar una producción de alto nivel desde el punto devista económico y cualitativo en las viviendas de Francfort ha hecho necesario en seguida un trabajo de normalización. Importantes elementos constructivos son elaborados cuidadosamente sobre la base de principios técnico-constructivos y económicos, para ser posteriormente traducidos y utilizados en masa...".

E. May: Cinco años de actividad constructiva de barrios en Francfort, Das Neue Frankfurt, núms. 2-3 (1930), reproducido en Controspazio, núms. 4-5 (1970), pp. 53-57.

Tomado de: LA ARQUITECTURA DEL SIGLO XX – Textos- Simón Marchan Fiz, Alberto Corazón editor, 1974


ERNST MAY: LA VIVIENDA PARA EL MÍNIMO EXISTENCIAL, (1929).

"1) Necesitamos viviendas para el mínimo nivel de vida?
Continuamente oímos enunciar reflexiones contra la edificación de viviendas pequeñas. Salen a reducir los conocidos argumentos: Cuanto menor es el espacio de la vivienda, mayor es el precio unitario; las viviendas que quedan por debajo de una cierta medida, serán después inalquilables. Temores de carácter higiénico o psicológico salen a consideración y finalmente se aconseja edificar viviendas mayores —aproximadamente 50 metros cuadrados como superficie de vivienda mínima— y dejar las viviendas viejas para la gente de bajo nivel de vida.
¿Quién da estos consejos? Acaso salen de la boca de los cientos de miles de gente sin vivienda, que llevan una vida miserable en mansardas y sótanos o compartiendo la vivienda con parientes o amigos.
¡No! Estos consejos vienen de los saciados de espacio de vivienda, que no pueden imaginarse la situación de los sin vivienda. Por eso no les hacemos mucho caso.
Nosotros preguntamos figuradamente al ejército de desheredados, a los que esperan ansiosamente un acomodo humano. ¿Estarían ellos de acuerdo si un reducido número recibe grandes viviendas, mientras que la masa se ve sentenciada a soportar su miseria durante años y decenios, o bien preferirían una vivienda pequeña, que a pesar de la limitación espacial satisfaga las necesidades, cosa que debemos resolver en la vivienda de la nueva época, si de esta manera se pudiese extirpar en poco tiempo el mal de la falta de viviendas?
Nosotros sabemos que la respuesta a la pregunta sería contestada unánimemente así: Procuradnos viviendas que, aunque pequeñas, sean sanas y habitables y, ante todo, facilitadlas con alquileres accesibles.
Antes de la guerra se construían en las grandes ciudades cientos de miles de viviendas que satisfacían en pequeña parte las justificadas exigencias mínimas y cuya escasa calidad era una de las causas principales de la disminución de la salud en las grandes ciudades muy pobladas.
Las viviendas construidas en la postguerra tienen, en general, un nivel más alto, pero los alquileres sobrepasan el límite accesible a las familias de bajo nivel de vida.
Por eso necesitamos viviendas suficientes en número y en calidad, que satisfagan las necesidades de las masas, de los que buscan viviendas con pocos medios.
Necesitamos viviendas para el mínimo nivel de vida.

2) Quién debe construir la vivienda para el mínimo nivel de vida?
Las dificultades que comporta en varios países la realización de un plan de vivienda suficiente, dependen del estado del índice de construcción, así como de la cuantía media de los intereses de las hipotecas. Las condiciones son actualmente muy desfavorables en Alemania, ya que con un índice de construcción de 192,8, los intereses hipotecarios han aumentado de un 4,5 por 100 antes de la guerra, a un 11.5 por 100 en 1929, de manera que el alquiler de una vivienda obrera de 50 m2 de superficie, que antes de la guerra costaba aproxima damente 30 DM ha subido hoy a 118 DM. Por tanto, no podemos mantener asequibles loa alquileres de las nuevas viviendas si, además de la aplicación de todas las medidas de organización y racionalización técnica, no se lleva a cabo al mismo tiempo, una disminución de los intereses. Por ello, los poderes públicos deberán organizar' la construcción de viviendas para el mínimo nivel de vida, ya que de otro modo no habría ninguna garantía de que las medidas de ayuda financiera que debe tomar el Estado lleguen enteramente a aquellos para quienes son destinadas. Ya que el dinero destinado a abaratar los alquileres de los necesitados es aportado por la comunidad, debería ser destinado sólo a la construcción de alojamientos públicos o de utilidad pública, y, únicamente en caso de emergencia, a la construcción de alojamientos privados. En ningún caso debería ser empleado para avivar la especulación en la edificación.

3) ¿Cómo debe realizarse la vivienda para el mínimo nivel de vida?
Aún no es posible dar una respuesta positiva a esta pregunta; sin embargo, es ya posible contestarla negativamente: debe realizarse de manera que en el futuro no se repitan los defectos que hasta ahora tenían las viviendas para el mínimo nivel de vida. Mientras que en los terrenos muy ramificados de las ciencias de la ingeniería se ha trabajado desde hace largo tiempo con métodos científicos exactos, en las construcciones se ha procedido hasta hoy exclusivamente de una manera, podríamos decir, sentimental. Aun hoy es extraordinariamente difícil para muchos arquitectos comprender que en la construcción de viviendas, el aspecto exterior de los volúmenes y la distribución de las fachadas no deben ser considerados como las principales tareas de los arquitectos, sino que la parte más importante del problema es la construcción completa de la célula individual de vivienda según los principios de una concepción moderna de la vida y que a ellos les corresponde, además, la tarea urbanística de incorporar a la imagen de la ciudad la suma de estas células de viviendas, es decir, el barrio (Siediung), para que de este modo se creen las mismas condiciones favorables para cada elemento individual de la vivienda. Si esta exigencia general se impone sólo con mucha lentitud, bastante peor es todavía la situación de los detalles técnicos de la vivienda. En la mera distribución de espacios en una casa normal, la concepción exacta de los numerosos problemas individuales es de gran significación para el valor del organismo total. La resolución más o menos satisfactoria de los problemas técnicos individuales de la vivienda para el mínimo nivel de vida será realmente decisiva para la cuestión de si la superficie de la vivienda permite todavía su reducción. La respuesta a los cientos de cuestiones que aquí se plantean no puede ser confiada por mucho tiempo únicamente al arquitecto, especialmente cuando él, como ocurre tan a menudo, bajo la máscara de la conveniencia económica, echa mano de estimaciones estéticas simplistas y si le fuese posible impondría sus propias necesidades vitales a aquellos entre los que se encuentran los reclutados en el ejército de las familias con el mínimo nivel de vida. Cuántos papeles inútiles, cuántos fracasos se hubiesen ahorrado si cada arquitecto de viviendas pequeñas hubiese sido obligado a convivir un par de semanas con una familia trabajadora antes de empezar a proyectar y construir. Actualmente no podemos pasar sin la ayuda de los higienistas, de los ingenieros, de los físicos; la vivienda para el mínimo nivel de vida debe desarrollarse hasta que sea un producto perfecto.
Las dificultades que hemos de solucionar aquí parecerían casi insuperables si no hubiese una medida inmutable para estimar el problema conjunto, así como sus partes individuales: el propio hombre. Sólo la exacta consideración de las necesidades humanas, biológicas y sociológicas que atañen a la vivienda para el mínimo nivel de vida prescindirían de teorías inútiles y nos acercarán a la meta de la construcción de viviendas realizadas de tal forma que, aún con alquileres asequibles, satisfagan las exigencias materiales y espirituales de sus ocupantes".

Ernst May: La vivienda para el mínimo nivel de vida, en Aymonmo, La vivienda racional, I. c., pp. 108-113.

Tomado de: LA ARQUITECTURA DEL SIGLO XX – Textos- Simón Marchan Fiz, Alberto Corazón editor, 1974

FERDINAND KRAMER: LA VIVIENDA PARA EL MÍNIMO EXISTENCIAL (1929).

"El poder político de las clases proletarias ha crecido de tal manera que actualmente el propio capital se ha apropiado del programa socialista de la vivienda y se ve obligado a contribuir a su realización.
Ahora bien, ¿qué medios existen hoy día para solventar la necesidad de viviendas? La cuestión ha recibido una nota actual especial a través del Congreso Internacional que estos días se está celebrando en Francfort (Main) sobre la nueva construcción. En todas las soluciones hay que tener en cuenta que actualmente las necesidades de la población son mayores y distintas. Se tienen más derechos. La luz, el aire, la higiene son existencias naturales. Tanto en cuanto podemos otear la situación, destacan tres puntos de vista, a los que la construcción municipal de viviendas tendría que atender, si es que desea satisfacer las condiciones económicas, sociales y políticas de la población:
1. Estandardización del material y de la construcción.
2. Aplicación de los métodos más baratos de trabajo a la construcción de viviendas.
3. Centralización de las funciones más importantes de la casa.
Los elementos constructivos deben reducirse de tal modo que sea posible su adaptación a las necesidades concretas, según las situaciones. Estas situaciones están determinadas por el fin, la posición, la época y los cálculos técnicos existentes. Se pretende favorecer las simplificaciones tanto de la construcción-como de la elección de los materiales. Así pues, los elementos técnicos deben mantenerse tan funcionales que correspondan de la misma manera a los fines más diversos, sin que sea necesario su cambio para otros fines constructivos. Sólo entonces existe la posibilidad ineludible para una construcción económica de producir industrialmente elementos técnicos fundamentales. La primera consecuencia de la racionalización es, por tanto, la normalización y standardización de los elementos constructivos. Esta limitación a estos elementos constructivos utilizables de muchas maneras significa positivamente una desaparición de todas las partes constructivas antiguas, que implicaban una rigidez en la estructura constructiva. La configuración de la planta no debe ser lógicamente rígida y fija. En el marco de la planta moderna al futuro habitante le queda la posibilidad de disponer arbitrariamente del número y de las dimensiones de cada habitación. El arquitecto o el futuro habitante, sin tocar esencialmente la cuestión de los costes, puede adaptarse en una medida mucho mayor que antes a las necesidades individuales del usufructuario. El futuro morador está en condiciones de plantear las exigencias, que responden a sus necesidades, en la formación de la vivienda alquilada. Hoy día no hay dificultad alguna en lograr la multiplicidad de utilizaciones y sus transformaciones.
Por consiguiente, debe considerarse como algo demostrado que un modo racional de construcción debe ser pensado tanto atendiendo a una elaboración y fijación definitiva de los elementos propiamente constructivos como a una exclusión de juegos superfluos. Sólo de este modo pueden conciliarse los dos requisitos, aparentemente opuestos, de la mayor tipificación posible y de la conservación de una posibilidad amplia de disposición.
El pensamiento fundamental subyacente a la construcción moderna, que se subraya cada vez más en los intentos distintos de encontrar nuevas soluciones, puede resumirse con el lema de la racionalización. La relación fundamental, que proporciona la medida peculiar para enjuiciar un modo racional de construcción, está determinada por la vinculación entre el fin deseado y los medios empleados. Los costes pueden ser juzgados únicamente desde este fin. A la racionalidad no pertenecen solamente los gastos momentáneos. La duración de la carga, que se espera de un complejo constructivo, determina esencialmente esta relación básica. En consecuencia, para una construcción realmente racional se impondrá cada vez más el pensamiento de edificar una casa para una generación. Con ello queda abierta la posibilidad de una formación ulterior permanente y de un desarrollo natural, cuya dirección ya conocemos en la actualidad de un modo aproximativo. La reducción consciente de la duración de una casa es necesaria. Tal vez una casa, que actualmente nos es confortable, se convierte en una carga para la próxima generación.
Los conjuntos concentrados en una zona son una premisa esencial para la ejecución clara de los principios constructivos explicados y de su racionalidad.
Sólo así será realizable un servicio racional con agua caliente, luz y calefacción. La objeción de que una concentración de este tipo implica un acuartelamiento para todos los estratos de la población es ilusoria, pues sólo mediante un modo constructivo semejante se abre la iniciativa para una configuración interior individual.
Por consiguiente, no es posible el establecimiento de un tipo determinado de planta, que tenga una validez general para estas viviendas. El nivel de vida, los ingresos, la raza, el paisaje, el oficio y las costumbres permiten solamente soluciones relativas, que únicamente pueden fijarse de un modo general. Las ventajas de las casas de pisos son evidentes. Bajo ciertas circunstancias pueden perfeccionarse aun en forma de casa de apartamentos, que prevé una cocina centralizada.
La forma más radical del vivir es el punto decisivo, que debería influir en la solución de la falta de viviendas, aun cuando es necesario una gran labor educativa para desterrar las inhibiciones tradicionales. La centralización del servicio, del avituallamiento, del lavar, de la educación de los niños ofrecen solamente ventajas frente al mantenimiento antieconómico de cada casa singular. Nuestra cocina actual, únicamente un apéndice, no puede trabajar con tantas miras y de un modo ahorrativo como la cocina comunitaria. Ninguna cocina particular puede darse el lujo de neveras eléctricas, motores mecánicos de ayuda, etc., que en una cocina centralizada son naturales y que significan una elevación de la calidad.
Para la mujer trabajadora el alivio del trabajo doméstico se ha convertido en una necesidad social y sólo puede reducirse a un mínimo de trabajo a través de estas medidas. El aligeramiento significa independencia, disposición de tiempo libre, es decir, un ingreso más elevado para las familias limitadas a un mínimo existencia!. El discurrir de la vida diaria se organiza de tal manera que en él yace además un gran valor educativo. La camaradería colectiva de vida fuerza a un altruismo mutuo y a una disciplina. El ciudadano moderno, agotado por la vida económica, por lo menos puede ser aliviado en su existencia doméstica.
La realización de esta racionalización de la construcción, significa, por tanto, un enriquecimiento esencial de la vida"

Ferdinand Kramer, Die Wohnung für das Existenzminimum, Die Form, Heft 24 (1929), en Die Form, I. o-, pp. 148-151.

Tomado de: LA ARQUITECTURA DEL SIGLO XX – Textos- Simón Marchan Fiz, Alberto Corazón editor, 1974